Y sí, aunque hay nuevas motivaciones que están impulsando el cambio hacia una alimentación más vegetal, las razones clásicas siguen siendo igual de relevantes.
Por salud, está demostrado que una dieta rica en vegetales, legumbres, frutas y frutos secos puede reducir el riesgo de enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2, ciertos tipos de cáncer y un estudio de Harvard indica que las dietas basadas en plantas reducen el riesgo de enfermedades cardiovasculares en un 32%. Además, aporta fibra, antioxidantes y fitonutrientes que favorecen la digestión, equilibran la microbiota intestinal y mejoran el estado de ánimo.
En cuanto al impacto ambiental, elegir proteínas vegetales en lugar de animales puede marcar una gran diferencia: producir un kilo de proteína de carne vacuna genera hasta 80 veces más emisiones que obtener la misma cantidad de proteínas de legumbres como los guisantes, y mientras la carne requiere más de 15.000 litros de agua por kilo, las proteínas vegetales consumen una fracción de ese recurso. Por tanto, cambiar parcialmente nuestras fuentes de proteína es una forma efectiva y cotidiana de reducir nuestra huella ecológica.
Y a todo esto se suma algo fundamental: el placer. Porque comer plant-based hoy ya no significa aburrirse. Al contrario: existe una variedad creciente de productos y recetas que no solo son nutritivos, sino también sabrosos, satisfactorios y culturalmente diversos. Desde platos tradicionales reinventados hasta soluciones innovadoras como las de Satislent —listas en segundos, equilibradas y 100% vegetales—, el mundo plant-based no para de crecer… y de conquistar paladares.